"Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente
me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se
deja de ver. Gané al billar, hice dos tacadas de nueve. Nunca había jugado tan
bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión (...)
Después fuimos a la pileta y nos quedamos hasta tardísimo. Me zambullí del
trampolín alto. Desde tan arriba las luces de la cancha de paleta flotaban en
el agua. Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez".
Ricardo Piglia.
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